Jóhann Jóhannsson, el último masajista cerebral

Hace apenas tres días de la triste noticia: el pasado 10 de febrero fallecía, a los 48 años, Jóhann Jóhannson, compositor islandés conocido por su estilo minimalista e híbrido entre sinfónico y electrónico, y famoso por ser el encargado de las bandas sonoras de films como The Theory of Everything, la reciente Mother! y muchas de las películas de Denis Villeneuve. Una noticia que a los aficionados a las bandas sonoras nos golpeó fuertemente (era sin duda uno de los compositores más personales del panorama actual), pero más aún a los que pocos días antes, el 31 de enero, asistimos en L’Auditori de Barcelona a la presentación en directo del último trabajo conceptual no fílmico de Jóhannsson, llamado Orphée

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El concierto del compositor islandés, abanderado del corriente minimalista del que también son grandes insignias sus compatriotas Sígur Rós, venía enmarcado dentro de la primera edición del ciclo Sit Back, una iniciativa de L’Auditori de Barcelona para traer música moderna a las salas más propias del «elitismo» sinfónico, de la mano de Primavera Sound, Razzmatazz, Cooncert y MIRA.

Y no venía sólo: al escenario, delante de una pantalla gigante que proyectaba imágenes entre oníricas y simbólicas, Jóhannsson apareció acompañado de un quinteto de cuerda (donde una de las violinistas se defendía notablemente también con el arpa), un multiinstrumentista que se encargaba de los sonidos más atmosféricos, él mismo al piano y los teclados, y un antiguo magnetófono que el propio Jóhannsson manipulaba a modo de omnipresencia atmosférica. Y es que Jóhann Jóhannsson se caracteriza por una música artificial y orgánica al mismo tiempo, donde grabaciones, texturas y sonido sinfónico se mezclan con un minimalismo que te masejea el cerebro de una forma muy difícil de describir (de ahí el título del reportaje). La sensación de vivir este concierto en directo, con esas ondas sonoras invadiendo tus oídos, no es explicable con palabras.

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El setlist obviamente tuvo foco en ese Orphée, que sirve irónicamente como relato profético a lo que aconteció esa noche en Barcelona. Cuando Orfeo tocaba su lira, los hombres se amontonaban para oírlo y que conmoviera sus almas. Y eso hizo una platea de L’Auditori a rebosar, ansiosa por recibir esa sensación maravillosa, extraña, desconcertante, relajante.  La pantalla gigante empezó mostrando la célebre antena de radio, símbolo del tema Song for Europa, mientras el ya citado magnetófono del escenario vacío reproducía voces reales de las famosas «emisoras de números» de la Guerra Fría. Poco a poco, el quinteto de cuerda entró en escena, y con una agonía interpretativa increíble como arranque del evento, las cuerdas rabiaron esa Song for Europa que implicaba el punto de inicio del viaje.

Otras canciones de Orphée se sucedieron con una emotividad que rayaba la extrasensorialidad. La pieza que abre el LP, Flight from the City, se elevó por toda la cúpula de la sala como nunca, y la electrónica más setentera, heredera de Jean-Michel Jarre, cobraba protagonismo en The Drowned World, mientras el violoncelista estuvo en exquisito estado de gracia con esa magnífica pieza que es A Deal with ChaosPero no todo fue Orphée, y el concierto tuvo momentos para toda la discografía de Jóhannsson como artista no fílmico. El momento más potente de la noche fue sin duda dominado por la base electronicorítmica de Sálfræðingur, a la vez que las texturas sinfónicas de esa IBM 1401 processing unit protagonizaron una de las interpretaciones más solemnes de la noche.

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Como broche final a este espectáculo inolvidable, Jóhannsson ofreció a la audiencia de L’Auditori la pieza homónima de su álbum de 2008 Fordlândia, de más de 13 minutos de duración, y de la que por youtube puede rescatarse ese clímax final que hizo estallar los aplausos contenidos del público:

Jóhann Jóhannsson ofreció el que sería su último concierto en Barcelona, y en él repasó casi toda su discografía como compositor. Su música trasciende la melodía para ofrecer más vacíos que contenidos, más texturas que armonías, más atmósferas que acordes, en un alarde compositivo que termina siendo un tour de force interesantísimo para un oyente exigente que necesita de un esfuerzo para lograr una paz y una relajación que se palpaba en el ambiente en el momento de abandonar L’Auditori. Un espectáculo increíble, casi onírico, que lamentablemente es ya irrepetible.

 

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